La educación se ha ido transformando en algo más que una mera institución que transmite conocimientos. Vivimos el momento de la creatividad, la innovación, la transmisión de valores… y la emoción; porque, ¿de qué sirve transmitir tantos conocimientos si luego el niño no sabe vivir en sociedad o decir lo que siente a las personas que le rodean?
Está demostrado que los niños sólo aprenden realmente si es de forma significativa, es decir, si lo vive, disfruta o experimenta. Así, lo aprendido permanece en la memoria a largo plazo. La familia es la primera escuela de emociones desde que nacen, junto con los docentes que también son modelo a seguir. Como buenos agricultores que somos, plantamos una semilla en el corazón de los más pequeños, dejando una huella tan profunda que marca la diferencia entre simplemente enseñar o educar con amor; tan profunda y significativa que los marca como personas en la forma de ser y estar en el mundo en un futuro.
Si educamos desde las emociones, tendremos éxito en la educación .